Fernando de la Rosa es el autor de Anversos, amor, reversos, Cuentas pendientes y En legítima defensa. Sobre este último libro le preguntamos.
P.- ¿Por qué el título En legítima defensa? ¿De qué se defiende Fernando de la Rosa con este libro?
R.- Esta primera pregunta va directa a mi corazón. Y muy certera. Con este poemario me defiendo de la insolidaridad, de la deshumanización, de la falta de escrúpulos y de la falta de vergüenza torera (sí, sí, “torera”, aunque ahora suene políticamente incorrecto), que últimamente está campando por sus anchas y conquistando cada rincón de este maldito mundo, de este desalmado sistema que nos está convirtiendo a todos en meros logaritmos de redes sociales, en ecuaciones con las incógnitas muy bien sabidas de ante mano, que no tienen en cuenta ni los pensamientos ni los sentimientos de cada persona, de cada realidad.
P.- ¿Entiendes la poesía como un medio de expresión? ¿Puede ser la poesía un medio de hacer política a nivel personal?
R.- Por suerte o por desgracia, siempre he sido un animal político: nunca me ha dado reparo en exteriorizar mis ideas ni en expresar mi opinión sobre cualquier asunto mundano o social. Aunque, por supuesto, por simple prudencia o respeto, intento mantener el tono adecuado ante cada interlocutor y según cada situación. Pero con la Poesía lo tengo muy claro: lo escrito queda. Y me declaro absolutamente responsable de mis palabras. Yo las escribo, yo las asumo. Si me meto, me mojo. En eso no me van a pillar en falta.
P.- Tu estilo de poesía está marcado por tu voz andaluza. ¿Qué poetas destacarías más como los que más te han influido?
R.- Comprendo su punto de vista ante la pregunta, pero no me siento un poeta andaluz. Me siento poeta, a secas. Sigo leyendo, analizando y asimilando a aquellos autores que me han enseñado, que me han forjado, que me han convertido en poeta: Antonio Machado, Miguel Hernández, Francisco de Quevedo… Pero siempre tengo las puertas de mi mente abiertas a cualquier autor que me otorgue o me emocione con algo, siempre que sea directo y sincero. Le tengo mucho aprecio a Lope de Vega, a San Juan de la Cruz, a Bécquer, a Manuel Benítez Carrasco y a otros tantos autores foráneos. Y últimamente estoy siguiendo y aprendiendo de José Hierro, de Félix Grande, de Luis Rosales… ¡Ya ve, emocionándome con un falangista! Pero es que Rosales tiene cosas memorables. Y ese precisamente es el gran don de la poesía: la belleza de la palabra por encima de toda idea. La emoción sobre la razón. Es lo que une a los poetas.
P.- En uno de tus poemas dices “No sé si bueno o si malo, / si mundanal o si asceta, / prolongación o intervalo: / sólo sé que soy poeta.” A parte de la persona que escribe poesía, ¿ser poeta es una forma de vida?
R.- Precisamente escribí ese poemilla cuando me di cuenta de que era un autor, de que escribía lo que quería y como me daba la gana. Habrá a quien le guste, a quien le emocione, a quien vea en mí algo distinto… Y otros a los que no. Ya no reparo en las maneras, en el estilo, ya no me paro a saber qué dirán. Sinceramente, no me siento encuadrado ni limitado por ninguna escuela, grupo o generación. Las influencias, por supuesto, están ahí, ni puedo evitarlas ni quiero obviarlas, pero ya soy Fernando de la Rosa, para lo bueno y para lo malo. Ésa es mi idea de sentirse algo poeta. Lo que sí deploro, lo que me hace hervir la sangre y la mala leche, es esas especies de “enteraos”, de onanistas, de burócratas del verso, que necesitan disfrazarse, auto-engalanarse y auto-complacerse con algún distintivo, con algún pendón, con alguna medalla, con los que decirle al mundo: “¡Oye, que soy poeta! ¡Que aquí estoy!” Nunca los comprenderé. Ni los defenderé. Los mejores poetas, para mí, no son los que llevan una corona de laurel en la cabeza, sino una pluma con tinta indeleble de sencillez y dignidad.
P.- Tu poemario está dividido en cinco partes: “HARTAZGOS”, “BESTIARIO”, “SUPREMACIAS Y ANTAGONÍAS”, “EXHALACIONES” y “ANALÍRICAS”. Cuéntanos porque estos nombres de secciones y que va a encontrar el lector en cada una de estas partes.
R.- Escribí todos y cada uno de los poemas de este libro como una persona libre, honesta y comprometida, y como tal responderé a esta pregunta: espero que cualquier lector con la mínima integridad y con la mínima inteligencia exigibles a la condición humana entienda por sí mismo dichas divisiones y dichos títulos, si es capaz de comenzar y acabar de leer mis versos desde el inicio hasta el final. Si así lo hace, creo que no harán falta mis propias explicaciones. Pero, por si acaso, doy algunas pistas: este es un tremendamente curioso país llamado España, donde al parecer sentirse español es sinónimo de ser un facha; donde ciertos representantes de un partido abiertamente fascista y franquista acusan a un gobierno elegido democráticamente de golpista y dictatorial; donde ciertos elementos nacionalistas, racistas y supremacistas (y todo supremacismo esconde un gran complejo de inferioridad) basan sus idearios en la mofa, escarnio y coacción de aquellos que no tragan sus ruedas de molino; donde ciertos herederos de una banda terrorista, del impuesto revolucionario y del tiro en la nuca hablan con absoluta naturalidad de un Estado autoritario y opresor; y en fin, de una cierta clase política que utiliza a los ciudadanos a quienes deben servir como una masa informe de esclavos, borregos y aduladores que deben plegarse a sus infalibles designios… ¡Y no pasa nada!… Pues no sé. Para esos no van ni irán jamás mis versos. Prefiero cantárselos al paisano de a pie.
P.- ¿En legítima defensa cierra una trilogía o la poesía sigue fluyendo a través de Fernando de la Rosa?
R.- Nunca tuve la intención de cerrar una trilogía, ni ningún ciclo, ni nada. Mis libros son la pura imagen de mis emociones, cada cual según mis ánimos, mis pareceres y mis circunstancias. Seguiré escribiendo y publicando todo lo que pueda. Con las musas mediante. Eso espero.