SIBILARIO
RESEÑA DE JUAN ANTONIO MOTA NAVARRO
Un tiempo que toma raíz primera en la infancia y que transcurre, como bien destacó su jurado, (Premio Alegría 2018, Ayuntamiento de Santander), por un paisaje que entronca claramente con la cultura clásica, bíblica y moderna.
La autora, Ana Sofía Pérez-Bustamante, a través de la evocación de las sibilas (mujeres ancianas que en la antigua Roma y Grecia se les atribuía la facultad de predecir el futuro) o la de personajes representativos del cristianismo (Eva, Adán, Noé, David y Goliat, etc.), medita sobre la finitud de nuestro tiempo, el transcurso de la vida como filón de oro y la necesidad de reinventarnos como ejercicio de supervivencia y también vitalista para exprimir ese jugo que es la vida.
Pueden cambiar los escenarios pero la jauría, la humana, sigue siendo jauría.
Quizás las sibilas, tal como se suponía en la antigüedad, vivieran aisladas, en lugares difícilmente accesibles cerca del murmullo de los ríos, o tal como las representó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, con esa prodigiosa fuerza de los cuerpos, casi colosales y plegadas siempre al don de la sabiduría.
Lo cierto es que Sibilario no es un poemario que se esconda, no está alejado de un ejercicio de madurez y transparencia poética, es más, Pérez-Bustamante viaja desde su niñez haciendo acopio de todas sus fuerzas, resignada al vivir que la agota pero también la vive, a la cadencia hermosa de sus días como profesora de literatura y ligada a esa especial tarea de forjar el carácter de aquellos que educa.
No deja este libro de reprochar en alto esa realidad de los cuerpos que se emborronan, la piel más flácida, menos tersa, y ese amor deseado, la mujer que besa e inspira, en este caso, tan dulcemente, su nota de erotismo.
La vida que prosigue entre rutinas y meditaciones y esa aceptación existencial que nos lleva a una cierta resiliencia.
La madre, eje primario de la vida, espejo de su fe y de tanta hermosura (no en vano, expresado en su dedicatoria), el mar que somos en nuestros silencios, esa tempestad, esa furia, mitigar el dolor desde el dolor y con amor alumbrar nuestras ausencias.
Ana sabe perfectamente lo que duele, lo que arrasa. Y la contemplación en los espejos nos devuelve una imagen que no reconocemos. Morir y renacer es una constante lucha.
Por eso, la niña vuelve a reencontrarse con ella, y con ella lo mejor de sí, el mar, la memoria viva, los impulsos del corazón y esa huida del olvido.
En ese sentido, Sibilario cierra el círculo dando al amor el juicio de sus días, el arrebato al tiempo y una conciencia plena y esperanzadora.