Como todos los años la Asociación de editores de poesía (A.E.P.) emite un listado de libros recomendados para su lectura. Son libros que conviene leer porque son una selección de los editores. Es una ocasión única para estar en la actualidad de la poesía. Además, este año ha sido el ganador del premio de la Asociación de editores de poesía el libro “Stop” de la poeta Blanca Sarasua.
1.- La rama verde, de Eloy Sánchez Rosillo
Ed. Tusquets
2.- Ruido de ángeles, de Julio González Alonso
Ed. Vitruvio
3.- El pez rojo que nada en el pecho, de Gioconda Belli
Como todos los años la Asociación de editores de poesía (A.E.P.) emite un listado de libros recomendados para su lectura. Son libros que conviene leer porque son una selección de los editores. Es una ocasión única para estar en la actualidad de la poesía. Además, este año ha sido el ganador del premio de la Asociación de editores de poesía el libro “Stop” de la poeta Blanca Sarasua.
1.- La rama verde, de Eloy Sánchez Rosillo
Ed. Tusquets
2.- Ruido de ángeles, de Julio González Alonso
Ed. Vitruvio
3.- El pez rojo que nada en el pecho, de Gioconda Belli
Como todos los años la Asociación de editores de poesía (A.E.P.) emite un listado de libros recomendados para su lectura. Son libros que conviene leer porque son una selección de los editores. Es una ocasión única para estar en la actualidad de la poesía. Además, este año ha sido el ganador del premio de la Asociación de editores de poesía el libro Memoria de silencios del poeta Víctor Urrutia.
Ya la sombra, es un libro excelso, de profunda meditación, palabras que sopesan el tiempo y nuestro fluir, esa realidad que condensa espejismos y que nos facilita una forma más o menos ordenada para vivir.
La sombra es siempre contraria a la luz, enemiga perpetua de nuestras convicciones, como si no tuviéramos nada, como si el pasado fuera una nebulosa sin fin que además extiende sus garras en esa necesidad por vernos y encontrarnos entre “lo que fuimos” y lo que hoy “somos”.
El autor, Felipe Benítez Reyes, es consciente de su viaje y sus afirmaciones no se andan con remilgos ante lo que es una evidencia, quizás pasajera también.
Los sentimientos se modulan con el tiempo, toman otro color, otro sentir, una extrañeza que obliga y agota la existencia.
Hay un tono melancólico pero valiente en estos versos que ansía una verdad perturbadora.
Somos seres que el tiempo lleva a su capricho gobernado por ese misterio que nos lleva en fuga: el azar.
Como gaditano, afín a su tierra, me siento identificado con esas noches que enfrenta el poeta, con la cercanía del mar, el viento, sus antiguas leyendas.
Todo huye y se desvanece, irremediablemente.
Ya la sombra es un libro que incluso desde lo cotidiano y con una absoluta maestría nos devuelve a la vida vivida, a un pasado que fue y deambula en la memoria con tintes de ficción.
Versos llenos de símbolos e imágenes que ahondan en personajes de a pie que tiemblan y sueñan y que recrean falsas expectativas, ilusiones rotas, deseos por cumplir.
Felipe, a través de su poemario, sentencia lo irreparable dejando un sentimiento de vacío, una crudeza que hostiga a la esperanza.
La fugacidad del tiempo, el hastío de vivir y la nostalgia de un tiempo pasado que dota a los sentimientos de una definición más justa y precisa, quizás más imprecisa tras el viaje y ese agotamiento que conlleva la toma de conciencia.
Pasado, presente y futuro, esos tres caballeros, ponen en jaque la fórmula cartesiana; quizás el pensamiento sea solo tiempo, fuga y nuestra realidad sea un angosto cajón donde cabe y se prodiga la memoria.
La memoria como narradora, como eje central que une los tiempos y los ordena y esa extrañeza de no sentirnos reconocibles de lo que fuimos y somos y ese futuro que también asoma y apenas inquieta, diría, al poeta.
Benítez Reyes admite el tránsito pero al mismo tiempo lo interroga, cuestiona su utilidad, reafirma nuestra fuga. Y lo hace con profunda nostalgia, esa infancia, esa juventud que se presume casi irreal, evanescente en la memoria.
Para un adolescente, poco avezado en la vida, probablemente un poemario pesimista. Pero para algunos, como yo, que también hemos triturado parte de ese tiempo, esa irrealidad que conforma lo vivido y que se procura cierto confort en la memoria, Ya la sombra es un ejercicio lírico de lucidez y plena conciencia, madurez exquisita de un poeta al que el tiempo también le niega lo que no se sostiene en su memoria.
Sibilario es un libro que nos transporta en el tiempo.
Un tiempo que toma raíz primera en la infancia y que transcurre, como bien destacó su jurado, (Premio Alegría 2018, Ayuntamiento de Santander), por un paisaje que entronca claramente con la cultura clásica, bíblica y moderna.
La autora, Ana Sofía Pérez-Bustamante, a través de la evocación de las sibilas (mujeres ancianas que en la antigua Roma y Grecia se les atribuía la facultad de predecir el futuro) o la de personajes representativos del cristianismo (Eva, Adán, Noé, David y Goliat, etc.), medita sobre la finitud de nuestro tiempo, el transcurso de la vida como filón de oro y la necesidad de reinventarnos como ejercicio de supervivencia y también vitalista para exprimir ese jugo que es la vida.
Pueden cambiar los escenarios pero la jauría, la humana, sigue siendo jauría.
Quizás las sibilas, tal como se suponía en la antigüedad, vivieran aisladas, en lugares difícilmente accesibles cerca del murmullo de los ríos, o tal como las representó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, con esa prodigiosa fuerza de los cuerpos, casi colosales y plegadas siempre al don de la sabiduría.
Lo cierto es que Sibilario no es un poemario que se esconda, no está alejado de un ejercicio de madurez y transparencia poética, es más, Pérez-Bustamante viaja desde su niñez haciendo acopio de todas sus fuerzas, resignada al vivir que la agota pero también la vive, a la cadencia hermosa de sus días como profesora de literatura y ligada a esa especial tarea de forjar el carácter de aquellos que educa.
No deja este libro de reprochar en alto esa realidad de los cuerpos que se emborronan, la piel más flácida, menos tersa, y ese amor deseado, la mujer que besa e inspira, en este caso, tan dulcemente, su nota de erotismo.
La vida que prosigue entre rutinas y meditaciones y esa aceptación existencial que nos lleva a una cierta resiliencia.
La madre, eje primario de la vida, espejo de su fe y de tanta hermosura (no en vano, expresado en su dedicatoria), el mar que somos en nuestros silencios, esa tempestad, esa furia, mitigar el dolor desde el dolor y con amor alumbrar nuestras ausencias.
Ana sabe perfectamente lo que duele, lo que arrasa. Y la contemplación en los espejos nos devuelve una imagen que no reconocemos. Morir y renacer es una constante lucha.
Por eso, la niña vuelve a reencontrarse con ella, y con ella lo mejor de sí, el mar, la memoria viva, los impulsos del corazón y esa huida del olvido.
En ese sentido, Sibilario cierra el círculo dando al amor el juicio de sus días, el arrebato al tiempo y una conciencia plena y esperanzadora.
El paso del siglo XX al XXI ha traído la consagración definitiva de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) en el ámbito de las letras hispánicas, con la obtención del Premio Nacional de Poesía en 2009 por La casa roja, y del Premio Nacional de la Crítica en 2012 por La bicicleta del panadero. Reconocido poeta, ensayista y también artista plástico, Mestre se había dado a conocer en 1982 –con Siete poemas escritos junto a la lluvia-, y más aún en 1986 con su muy hermoso trabajo titulado Antífona del otoño en el valle del Bierzo, ganador del Premio Adonáis. Luego, obras como La poesía ha caído en desgracia (Premio “Jaime Gil de Biedma” en 1992) o La tumba de Keats (Premio “Jaén” en 1999) contribuyeron a asentar la reputación del autor como soberano representante de la imaginación poética, capaz de tender un “puente entre la realidad y lo maravilloso, intuición y revelación de otra realidad desde la experiencia del lenguaje”, en palabras de José Enrique Martínez. El sello Calambur, que ha reeditado las tres obras citadas en última instancia, y que publicó las también aludidas La casa roja y La bicicleta del panadero, presenta ahora Museo de la clase obrera, sin duda una de las propuestas más radicales –si no la más radical- de cuantas Mestre haya dado a la imprenta desde el inicio de su trayectoria.
En el texto de introducción al libro, firmado por el director literario de Calambur Poesía, Emilio Torné –y que figura repartido en las solapas de la edición-, leemos lo siguiente: “Lógica subvertida, más no ausencia de lógica (…) Retazos de realidad redibujados en la geometría movediza de la imaginación (…) Prueba de ello es el rechazo de la jerarquía y la estructura tradicionales del poema, lo que deviene en un texto sin centro, sin figuras ni fondos definidos. Los paralelismos llevan así”, añade Emilio Torné, “a la pintura y a la música contemporáneas”. Tan es así que, por momentos, los lectores pueden experimentar la sensación de hallarse ante las páginas más vanguardistas, dislocadas o furiosamente abstractas de El juramento de la pista de frontón, de John Ashbery. Poesía no sólo consciente sino orgullosa de su complejidad –“llevo entre las palabras un reloj desarmado”; “la poesía es una lengua extranjera como el olor del mar en los cuadros podridos de un museo”-, la elección por parte de Juan Carlos Mestre del versículo y del poema en prosa como estructuras formales impulsan la configuración de una galería imaginativa de saturación extrema, donde abundan los hallazgos característicos de la poética del autor –“los matasuegras de nochevieja pasan el invierno con los pies vendados”; “todo cuerpo es la imitación pornográfica de una escultura griega”-. Homero, Elena de Troya, Rimbaud, Stockhausen y Gertrude Stein pueden tener cabida en un mismo texto, sin que ello suponga menoscabo de la preocupación socio-económica y socio-política que da razón de ser al título de la obra. De tal manera, a “la explotación de los subsaharianos en la cabaña de klee” le resulta factible revisar algunos fragmentos de la actualidad con una furiosa mirada y carga críticas: “por la carrera de san jerónimo que conduce al desolladero de osos del kilómetro cero / la destrucción del significante la democracia sin libertad”.
Ya en el primer poema «Confidencia», Carmen Badillo hace una declaración de principios y de intenciones:
“Escribo para que la luz
traspase la anchura de mi ser”
Se trata de una dimensión personal de su poesía donde la luz va a ser el eje trasmisor de la palabra que se aloja en su pecho, origen del alma, abrigo del corazón, alegoría de la vida y centro de gravedad de su voz poética.
Esta voz está «Detenida» dentro de los versos, que son como una casa en la que espera a que un lector desconocido le dé vida haciendo de la palabra un abrazo. En otras dos ocasiones se descubre a este alter ego reclamando protagonismo: en «La voz dormida», como símbolo de la reparación de su “ser herido” y desdoblándose en paloma que sufre un profundo dolor físico, real, en «Preguntas por mi dolor».
También hay pistas para el conocimiento del yo creador en «Búscame», donde nos expone una guía para aquellos que pretendan adentrarse en su interior, a través de la naturaleza, pero el límite de la indagación llega hasta donde comienzan sus sueños.
El lector se sitúa en el libro como un observador privilegiado ante los acontecimientos vitales o los profundos pensamientos.
Muchos son los elementos naturales a los que acude la autora para que expresen sus sensaciones, sus emociones, como la humilde hoja que cae sobre el río, los apocalípticos caballos del desamor y de la muerte o la reverberación de la luz en el agua, que es un llanto del alma…, como el abrazo al jacaranda o a la luna (el abrazo, otro tema presente a lo largo del poemario, como forma de amor místico)…, al igual que la lluvia a modo de encarnación de la inocencia, o como el mar, destino, anhelo e incluso personaje de cuento.
Las anécdotas biográficas como su pasión por la música en «Seducida por el canto», «El concierto», «Al maestro» son periódicas, del mismo modo que el recuerdo de su padre en «Búscame» y «Luna clara» o de su abuela, «Mi abuela Carmen», donde los epítetos marcan los mágicos detalles del poema. Sus hijos Silvio -corazón que late y que galopa- y Gabriela -hija de la luz-, así como su sobrino Ángel emergen por las páginas del libro dando fe del amor de madre y de su especial sensibilidad.
Salpicados entre sus páginas, aparecen los temas poéticamente recurrentes: la soledad,
recuerdos de infancia o las composiciones autobiográficas, en las que plantea un análisis reflexivo. En «Soy mujer del sur» nos habla de su nombre “soy Carmen” y juega con su significado: canto, canción, poema…, mientras que con «Alma de mujer» se confiesa -humildemente- y anuncia que “sin ser poeta nacerán poesías”.
Lo simbólico pulula a lo largo de su versos de manera constante: la libertad de los pájaros, de las cometas, el poder regenerador de la omnipotente luz, las estrellas, la lluvia -su deseo de ser agua como forma de unión natural con este mundo-… y las imágenes cercanas a Lorca o a Alberti como la luna, el pozo, el mar o la niña.
El dolor queda patente en numerosas ocasiones a lo largo de la obra. Es un tormento físico “de cuchillas de acero” que expresa los estadios del sufrimiento humano con una angustia insomne. Este aislamiento que produce la aflicción de saberse enfermo queda superado en el poema «Gratitud»
El único reproche encontrado en el poemario es el que podemos apreciar en «Equidistante», un texto donde los sentimientos se desnudan ante un espejo, con un juego de reflejos que culmina así: “cuando te perdí, me encontré”.
También veremos alusiones a pensamientos filosóficos y religiosos -hilo conductor en algunos de sus poemas-, con los que pretende diluir sus versos y consigue hacerlos trascendentes.
Dos personajes humanamente cotidianos están magistralmente dibujados: María Luisa, en «Cautiva» donde se describe el afán de superación de una mujer, truncado a veces por el fracaso. El otro es el «Saltimbanqui», héroe intermitente que trabaja gracias a los semáforos en rojo, fielmente retratado.
No hay que olvidar los homenajes a su Málaga natal, que se muestra en «Inmensidad», a Lorca, a M. Troisi, ni los poemas finales de su hija Gabriela que promete continuar la saga.
En resumen: un libro ameno, intimo, reposado y una promesa poética hecha voz, que expone la ternura de una mujer subiendo, peldaño a peldaño, la escalera hacia La Luz.
Confidencia
Escribo para que la 1uz
traspase la anchura de mi ser,
la belleza me contenga
y la palabra restaure el olvido.
Para eximir el dolor
pues nos hemos ido comiendo la tierra,
ya solo pisamos el asfalto.
Hasta la urraca que se ha posado
un instante en el alfeizar
lleva en su pico azabache
la luna menguante,
que sigilosa sustrajo a la noche.
Engullidos por el tiempo
devoramos la vida.
Escribir porque ya nada nos sorprende,
porque el canto y el verso
contienen la palabra
y la palabra es bienhechora
para trazar el camino a los sueños.
Porque escribir es una forma de amar,
de acariciar con las palabras.
Podemos con palabras
crear el final de la historia
y transformar el mundo.
Escribir para sanar,
conectar con mi yo superior
y que la poesía suceda. Del amor
Mis amores tienen nombres
son mis ansias, mis deseos.
Carrusel que no se detiene
carrusel que mueve el tiempo.
Mis amores tienen nombres
y si no, me los invento.
Los amores perdidos,
los llevados en secreto,
los que cultiva la mente,
los que la soledad mece en silencio,
los sinceros.
Los que morirán conmigo
porque conmigo nacieron.
Mis amores tienen nombres
son mis ansias, mis anhelos.
Y no han de importarme
amores ni nombres,
se ama sin pretenderlo.
El amor tiene alas
que nadie puede cortar
porque le nacen de adentro.
Ya en el primer poema «Confidencia», Carmen Badillo hace una declaración de principios y de intenciones:
“Escribo para que la luz
traspase la anchura de mi ser”
Se trata de una dimensión personal de su poesía donde la luz va a ser el eje trasmisor de la palabra que se aloja en su pecho, origen del alma, abrigo del corazón, alegoría de la vida y centro de gravedad de su voz poética.
Esta voz está «Detenida» dentro de los versos, que son como una casa en la que espera a que un lector desconocido le dé vida haciendo de la palabra un abrazo. En otras dos ocasiones se descubre a este alter ego reclamando protagonismo: en «La voz dormida», como símbolo de la reparación de su “ser herido” y desdoblándose en paloma que sufre un profundo dolor físico, real, en «Preguntas por mi dolor».
También hay pistas para el conocimiento del yo creador en «Búscame», donde nos expone una guía para aquellos que pretendan adentrarse en su interior, a través de la naturaleza, pero el límite de la indagación llega hasta donde comienzan sus sueños.
El lector se sitúa en el libro como un observador privilegiado ante los acontecimientos vitales o los profundos pensamientos.
Muchos son los elementos naturales a los que acude la autora para que expresen sus sensaciones, sus emociones, como la humilde hoja que cae sobre el río, los apocalípticos caballos del desamor y de la muerte o la reverberación de la luz en el agua, que es un llanto del alma…, como el abrazo al jacaranda o a la luna (el abrazo, otro tema presente a lo largo del poemario, como forma de amor místico)…, al igual que la lluvia a modo de encarnación de la inocencia, o como el mar, destino, anhelo e incluso personaje de cuento.
Las anécdotas biográficas como su pasión por la música en «Seducida por el canto», «El concierto», «Al maestro» son periódicas, del mismo modo que el recuerdo de su padre en «Búscame» y «Luna clara» o de su abuela, «Mi abuela Carmen», donde los epítetos marcan los mágicos detalles del poema. Sus hijos Silvio -corazón que late y que galopa- y Gabriela -hija de la luz-, así como su sobrino Ángel emergen por las páginas del libro dando fe del amor de madre y de su especial sensibilidad.
Salpicados entre sus páginas, aparecen los temas poéticamente recurrentes: la soledad,
recuerdos de infancia o las composiciones autobiográficas, en las que plantea un análisis reflexivo. En «Soy mujer del sur» nos habla de su nombre “soy Carmen” y juega con su significado: canto, canción, poema…, mientras que con «Alma de mujer» se confiesa -humildemente- y anuncia que “sin ser poeta nacerán poesías”.
Lo simbólico pulula a lo largo de su versos de manera constante: la libertad de los pájaros, de las cometas, el poder regenerador de la omnipotente luz, las estrellas, la lluvia -su deseo de ser agua como forma de unión natural con este mundo-… y las imágenes cercanas a Lorca o a Alberti como la luna, el pozo, el mar o la niña.
El dolor queda patente en numerosas ocasiones a lo largo de la obra. Es un tormento físico “de cuchillas de acero” que expresa los estadios del sufrimiento humano con una angustia insomne. Este aislamiento que produce la aflicción de saberse enfermo queda superado en el poema «Gratitud»
El único reproche encontrado en el poemario es el que podemos apreciar en «Equidistante», un texto donde los sentimientos se desnudan ante un espejo, con un juego de reflejos que culmina así: “cuando te perdí, me encontré”.
También veremos alusiones a pensamientos filosóficos y religiosos -hilo conductor en algunos de sus poemas-, con los que pretende diluir sus versos y consigue hacerlos trascendentes.
Dos personajes humanamente cotidianos están magistralmente dibujados: María Luisa, en «Cautiva» donde se describe el afán de superación de una mujer, truncado a veces por el fracaso. El otro es el «Saltimbanqui», héroe intermitente que trabaja gracias a los semáforos en rojo, fielmente retratado.
No hay que olvidar los homenajes a su Málaga natal, que se muestra en «Inmensidad», a Lorca, a M. Troisi, ni los poemas finales de su hija Gabriela que promete continuar la saga.
En resumen: un libro ameno, intimo, reposado y una promesa poética hecha voz, que expone la ternura de una mujer subiendo, peldaño a peldaño, la escalera hacia La Luz.
Confidencia
Escribo para que la 1uz
traspase la anchura de mi ser,
la belleza me contenga
y la palabra restaure el olvido.
Para eximir el dolor
pues nos hemos ido comiendo la tierra,
ya solo pisamos el asfalto.
Hasta la urraca que se ha posado
un instante en el alfeizar
lleva en su pico azabache
la luna menguante,
que sigilosa sustrajo a la noche.
Engullidos por el tiempo
devoramos la vida.
Escribir porque ya nada nos sorprende,
porque el canto y el verso
contienen la palabra
y la palabra es bienhechora
para trazar el camino a los sueños.
Porque escribir es una forma de amar,
de acariciar con las palabras.
Podemos con palabras
crear el final de la historia
y transformar el mundo.
Escribir para sanar,
conectar con mi yo superior
y que la poesía suceda. Del amor
Mis amores tienen nombres
son mis ansias, mis deseos.
Carrusel que no se detiene
carrusel que mueve el tiempo.
Mis amores tienen nombres
y si no, me los invento.
Los amores perdidos,
los llevados en secreto,
los que cultiva la mente,
los que la soledad mece en silencio,
los sinceros.
Los que morirán conmigo
porque conmigo nacieron.
Mis amores tienen nombres
son mis ansias, mis anhelos.
Y no han de importarme
amores ni nombres,
se ama sin pretenderlo.
El amor tiene alas
que nadie puede cortar
porque le nacen de adentro.