escritora

Princesita duende

Érase una vez, una ciudad muy bella bañada por el mar. La llamaban “El Paraíso”, porque el astro sol la acariciaba con su luz prodigiosa casi todos los días del año. Sus enormes rayos ámbar le conferían un color único, y la ciudad aparecía ante los ojos de quiénes la contemplaban como un majestuoso espectro luminoso.

A los lugareños se les conocía por su jovial carácter y simpatía. Muchos de ellos veían siempre el lado bueno de las cosas y eran agradecidos por todo lo que recibían de la vida. En el ambiente de la ciudad reinaba una especial armonía y calidez. Pero su magia no llegaba con la misma fuerza a todos.

No muy lejos del mar, vivían dos familias cuyos miembros eran muy buenas personas. Los jóvenes trabajaban mucho, apenas tenían tiempo para disfrutar y contemplar la naturaleza. En cambio, los mayores no tenían muchas ocupaciones, por lo que daban vueltas y vueltas a la cabeza hallando problemas donde realmente no los había. Se podría decir que toda la luz que brillaba en aquella ciudad pocas veces llegaba a estas personas.

Pero un día ocurrió algo insospechado. Aunque era pleno invierno, el sol alumbró con más fuerza que nunca, tanto que llegó a abrazar profundamente a aquellas dos familias, y del calor que envió, al poco tiempo nació una hermosa niña a la que llamaron María.

Todos estaban deslumbrados con su belleza, tenía duende; parecía una auténtica princesita. Así que empezaron a llamarla “Princesita Duende”. Su piel era muy suave, se asemejaba a la de un melocotón, aterciopelada y dorada como el sol. Tenía los ojitos muy alegres y cada pestaña de un color; las de un ojito eran rubias como los rayos del sol, y las del otro morenitas como el aura de la luna.

Todos adoraban a María. Muchos contaban que, por un caprichoso sortilegio, había nacido de un hálito del sol y que por eso iluminaba la casa donde vivía.

A sus abuelos, desde aquel mágico día no se les ha visto perder la sonrisa. Ahora tienen una gran misión en sus vidas: mimar y amar a su nieta, compartiendo con ella todo lo vivido.

A sus tíos les encanta jugar con María y admirarla en cada detalle. Han aprendido a valorar más la entrañable naturaleza de las cosas pequeñas, que en definitiva son las más grandes e importantes.

En cuanto a sus padres, conscientes de haber recibido el mejor regalo de sus días, agradecen a la vida la oportunidad de amar y educar con sabiduría a un ser tan especial.

Así que esta pequeña damita, vino a alegrar el corazón de toda la familia, sembrando en sus vidas mucho, mucho amor y una dicha sin fin que les permitió ser muy felices el resto de sus vidas.

María del Carmen Badillo Baena

Carrusel de fantasía

 

Princesita duende,

piel de melocotón.

Hace un año

que en el corazón de todos

alborozadas mariposas

revolotean en coro.

Damita encantada

de ojitos irisados

que pestañean airados

como alegres abanicos

de jaspeado color.

Pequeña maga de iluminada sonrisa.

De la mano de un séquito

de juguetones serafines

llegaste a la vida

grávida de amor.

 

Y hoy, cuando cumples un añito

por la dicha de tu nacimiento

tu “hada madrina” Carmen

te quiere obsequiar

con poesía,

cuento,

carrusel de fantasía

y una hermosa canción.

 

Carmen Badillo

Mi niña María

Para María en el primer día de su salida a la calle.
El 12 de Octubre de l.997, día del Pilar.

Mi niña María
hoy sale a la calle
es su primer día.

El sol que la ve,
va y le dice al aire
esa chiquitina
qué bonita es.

El sol la busca
con sus dulces rayos
quiere acariciar
a la que ha nacido,
y por primera vez
a la calle va.

Pero, mi niña María
lleva gorro blanco
de duende burlón
y toquilla rosa,
va muy tapadita
y no le da el sol.

Y es tan bonita
mi niña,
que el sol recorre
todos los tejados
con ella quiere jugar.

Y es tan bonita
mi niña
que cuando acostadita está,
el sol muy callado
casi de puntillas,
alumbra su cara,
la va a saludar.

Y está tan bonita
mi niña,
con su carita llenita
de luz,
que el sol también
la quiere acunar.

Rosa María Badillo Baena

Coralisa de colores

Coralisa de colores
abría su concha al mar,
sus cabellos alisaba
con su peine de coral,
sus zarcillos de oralí
los limpiaban caracolas
resplandeciendo sinfín.
CORALISA, CORALINA,
CORALISA, CORALÍ…
Coreaban los delfines:
¡Eres la flor del rubí!
La niña tan chiquitina
no cesaba de jugar
y cuando le venía el sueño
oraba, dándole gracias al mar.
Mecida por el océano,
se dormía en los abismos,
su corazón chiquitito
irradiaba claridad.
La Diosa de las Mareas
al arrullar a la niña
susurraba este cantar:
CORALISA, CORALINA,
CORALISA, CORALÍ…
duérmete mi chiquitina,
descansa flor del rubí.

Rosa María Badillo Baena

El cuerpo humano


Mi cuerpo es mi amigo,
lo quiero y lo cuido.
El mejor regalo
que la vida me dio.

A mi casa la sostienen,
columnas y ladrillos
y a mi cuerpo lo sostiene
un simpático esqueleto
con muchos huesos
que no paran de crecer.

Con los músculos de mi cuerpo,
me desperezo y estiro.
No tengo alas como un pájaro,
pero sí, dos aspas de molino
que son mis brazos y mis manos.
Con ellas pinto, escribo, me lavo
y me rasco la nariz.
Doy abrazos y acaricio.

Con mis piernas y mis pies,
me ayudo para bailar,
saltar y correr.
La piel es mi abrigo.

Mi cuerpo es un tesoro,
tiene un potente motor,
“el corazón”.

Alguien le dio al botón de encendido
y no paran de sonar sus latidos.
Tengo pulmones con los que respiro
y una hermosa nariz
con la que puedo oler las flores.

Con los oídos te escucho,
me encandilo.
Oigo la música,
el silbido del viento
las canciones y los cuentos.

Dos faros me iluminan
día y noche.
Son mis ojos, ¿no los ves?

De mi boca salen
muchas palabras y sonidos.
También besos para mis amigos.
¡Cuánto placer!
Puedo hablar, cantar, comer y beber.

En mi cuerpo todo está conectado
para que funcione bien
y no perder el hilo.
Mi cuerpo es mi amigo,
lo quiero y lo cuido.
Nos queda andar juntos
un largo camino.

Me gusta mucho mi cuerpo,
con él de nada me privo.

Estoy agradecido
de tener tan buen amigo.

¡Ah! De mis dientes no me olvido.
Te dedico una inmensa sonrisa
y me despido.

María del Carmen Badillo Baena

Ternura

La Diosa de la gruta despertaba, se desperezaba, tras su velo de agua, en su asiento de musgo.

La Diosa escondida pensaba, y mientras meditaba…, veía la imagen de Luz alimentando y nutriendo a su hija María, dándole el pecho.

Madre e hija formaban un círculo perfecto, tras el tapiz de violetas que tejían de sombras su asiento de mármol.

Júpiter, las contemplaba, el Dios del sol, convertido en piedra, desde su fuente, alargaba la mano para acariciarlas.

La Diosa de las flores, giraba y giraba al contemplar la maravilla de la esencia femenina.¡Y ante su propia esencia, suspiraba de alegría y se sonrosaba!, exhalando su más exquisito perfume.

Todos los seres que las miraban, crecían y crecían a su alrededor, empapados por el rocío hecho ternura que madre e hija desprendían.

Al atardecer, Luz, después, de haber dado el pecho a su hija María, le cantaba una nana:

Sueña, sueña, sueña María,
ríe, ríe, ríe mi niña…
Que el amor que todos te tienen
alimenten tu ser mi vida…(BIS)
Sueña, sueña, sueña María,
duerme, duerme, duerme mi niña…
El regalo más grande que Dios
ha hecho a nuestra familia…(BIS)

Ambas eran la viva imagen del abrazo entre la Diosa Madre y su Eterna Hija, encarnadas en su danza infinita…

El Dios del cielo las veía…, y con mucho cuidado preparaba la noche: abría su espeso manto, despacio, muy despacio, para mostrarles las bellísimas estrellas que alumbran la eternidad.

La niña sonríe mirando el azul, mientras su madre le dice: “María, todos los seres tienen alas…”, y le recita dulcemente:

El Dios azul se abre en la noche
para salir a ver a sus criaturas.
Despliega su manto de ternura,
para mostrar el firmamento
a los seres que sus alas desean probar.
Levemente parpadea y de sus ojos,
miles de palomas vuelan sin cesar
hasta el oscuro murmullo
que llama a su presencia.
Cada una llega a su lugar,
se torna en estrella y danza
para alumbrar a la Humanidad.

Así, Luz le brinda a su hija el Círculo del Cielo y de la Tierra, el Círculo de la Vida, a la mujer nacida de su vientre.

Rosa María Badillo Baena