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el mono vestidoTítulo: EL MONO VESTIDO. La evolución humana al desnudo.

 Autor: Fernando OLALLA

© Ediciones Amaniel 2013

ISBN-13: 978-84-941566-0-1

Ediciones Amaniel

http://www.edicionesamaniel.com

PVP.12 Euros

 

 

 

Sinopsis

En el presente libro, el autor hace un recorrido por todas las hipótesis y teorías que se han planteado hasta la fecha sobre las diferentes variables que entran en juego a la hora de explicar la “ecuación” evolución humana. Desde las razones de por qué somos bípedos hasta la menopausia, pasando por la progresiva reducción del tamaño de los dientes caninos, su dimorfismo sexual, el tamaño del pene de los hombres, la competencia del esperma, la ocultación de la ovulación y la permanente receptividad sexual de las mujeres, sin olvidar cuestiones como las posibles causas del orgasmo femenino, de nuestras estrategias reproductivas, así como un somero análisis de los permanentes conflictos entre los humanos o de la creciente necesidad energética de nuestra especie. El libro finaliza con una conclusión en la que el autor plantea su propia visión de los hechos, hipótesis en la que el bipedismo, la reducción del tamaño de los citados dientes caninos y el tamaño del pene en los machos, así como otras “particularidades” en las hembras, jugarían un papel muy destacado. El libro tiene un carácter divulgativo y por ello la mayoría de las obras citadas en él pueden ser consultadas por los lectores, pues casi todas tienen traducción al castellano.

 

Extracto obra

 

 

El bipedismo

 

El bipedismo, esa forma tan peculiar que tenemos los humanos para desplazarnos, ha intrigado, y atormentado, sin duda alguna, a los paleoantropólogos a lo largo de décadas, y aún hoy día continúa siendo un misterio que levanta serias polémicas y provoca profundos y no menos interesantes debates. En realidad, cuando se plantea esta cuestión a un profano, la respuesta suele girar siempre en torno a esta pregunta: ¿pero… entonces… andar erguido no es para liberar las manos?

Siguiendo esta parece que milenaria tradición, el genial Charles Darwin, lo cual no le resta mérito, se dejó llevar en este tema por lo obvio. Leamos lo que dice al respecto en El origen del Hombre, y se transcribe literalmente: “Desde el momento en que algún miembro de la gran serie de los primates, ya por haber cambiado la manera en que hasta entonces había buscado su subsistencia, ya por haber mudado las circunstancias que le rodeaban, empezó a vivir menos entre las ramas y más sobre el suelo, su modo de locomoción debió, por tanto, modificarse también, viniendo como consecuencia a ser el animal más estrictamente cuadrúpedo o absolutamente bípedo […]. Sólo el hombre se ha convertido en bípedo, y creo que en parte podemos barruntar cómo llegó a tomar esa posición que forma uno de sus más notables caracteres. En efecto, sin el uso de las manos, tan admirablemente conformadas para obedecer el menor deseo de la voluntad, nunca hubiera el hombre llegado a tomar la posición dominante en que hoy le vemos marchar sobre la tierra […]. Si ventajoso es para el hombre mantenerse sólidamente sobre los pies y tener sus manos y brazos libres, como nos lo confirma de modo indudable su triunfo en la lucha por la existencia, no vemos por qué razón no hubiera sido ventajoso a sus primeros progenitores erguirse más cada vez y convertirse al fin en bípedos. Con esta nueva postura hallábanse más aptos para defenderse con piedras o palos, dar caza a su presa, o de otros mil modos procurarse el necesario sustento […]. El libre uso de brazos y manos, en parte causa y en parte efecto de la posición vertical del hombre, parece haber producido en nuestro organismo otras modificaciones de estructura”. Lo que hace Darwin en este texto no es sino dejar constancia del “ideal” victoriano propio de su época: la vida es una guerra constante y la civilización, como modelo de progreso, únicamente se logra mediante el ingenio y la propia voluntad de mejorar.

Frente a esta postura, al principio del siglo XX, la manera de entenderse nuestra evolución cambió y fue el cerebro el órgano que se convirtió en la muestra más evidente de que nuestras espectaculares capacidades cognitivas habían sido la causa de nuestro imparable progreso civilizador. Surgió entonces una hipótesis sobre el bipedismo que gozó de gran popularidad, y que aún hoy día se mantiene en el subconsciente colectivo de manera harto elocuente. Me refiero a la hipótesis formulada por Kenneth Oakley y conocida como “El Hombre, el creador de herramientas”: la fabricación y la utilización de herramientas de piedra fue el catalizador evolutivo de los homínidos.

El famoso fraude del cráneo de Piltdowm no es sino una muestra más de la “necesidad” latente en esa época por demostrar que fue el cerebro y no otro atributo el que nos ha hecho humanos. Recordar sólo que tal fraude consistió en juntar parte de cráneo de un Homo sapiens con la mandíbula inferior de un orangután, que fueron descubiertos en una cantera y que tal estafa puso en jaque a la comunidad científica, pues se aceptaron estos restos sin casi cuestionarlos: encajaban a la perfección en la idea que se tenía entonces sobre el ansiado eslabón perdido, el cual debería haber tenido un gran cerebro, eso era lo importante, y rasgos simiescos, para evolucionar después y adquirir una apariencia plenamente humana (es decir, con cerebro pero sin esos enormes caninos).

Desgraciadamente para estas hipótesis, la de Darwin y la de Oakley, las indispensables herramientas de piedra son muy posteriores en el tiempo al momento en que nuestros primeros antepasados decidieron hacerse bípedos, por lo que esta particularidad nuestra, la de caminar erguidos, no tiene como causa el “liberar las manos”.